Me permito la licencia de inspirarme en el título de uno de los poemas más conocidos de Gabriel Celaya, la poesía es un arma cargada de futuro, pues ahondando en el símil poético, podemos también definir a los archivos como armas cargadas de memoria. Además de los testimonios directos de personas que vivieron acontecimientos concretos, con pocas más herramientas o fuentes primarias contamos para rescatar, custodiar y estudiar el pasado. De este modo, los archivos documentales se convierten en una especie de cámara fotográfica que nos permite captar instantáneas de este pasado; si bien es cierto que la mayoría de las veces se tratan de fotografías parciales y fragmentadas de los hechos ocurridos, algo desenfocadas por el paso inexorable del tiempo.
Desde la Casa de la Memoria La Sauceda, al igual que otros archivos, ponemos a disposición pública los fondos documentales que nos han tocado en suerte custodiar, para esclarecer y difundir los valores de nuestra maltratada memoria colectiva. En esta nueva entrada de documentos destacados nos proponemos contar la historia de un encuentro inesperado, el que teniendo como trasfondo la triste noticia de la ejecución de Salvador Puig Antich publicada en el periódico Frente Libertario, de la que se cumplen 47 años este dos de marzo, une a dos personalidades muy queridas y valoradas por nosotros: a Jesús Ynfante Corrales, como facilitador y donante del ejemplar del periódico y de los otros documentos que también se adjuntan, y a Andrés Vázquez de Sola, por poner con su viñeta el condimento necesario a tan desproporcionado acto represivo.

Frente Libertario. Nº 40, marzo de 1974. Fondo Jesús Ynfante Corrales.
Frente Libertario. Nº 40, marzo de 1974. Fondo Jesús Ynfante Corrales.
Frente Libertario. Nº 40, marzo de 1974. Viñeta de Andrés Vázquez de Sola. Fondo Jesús Ynfante Corrales.

Por un artículo recogido en la web de Cedall (Centro de documentación para la difusión de la memoria histórica antiautoritaria y libertaria) escrito por el historiador y editor Freddy Gómez, sabemos que Frente Libertario, que ve la luz en 1970, surgió en el exilio francés como respuesta al supuesto estancamiento de la CNT oficial y sin querer adscribirse a ninguna entidad orgánica en particular. El propio Freddy Gómez formó parte del equipo, del que fue su principal valedor su padre, Fernando Gómez Peláez. Tuvo a José Peirats, con 74 colaboraciones, como uno de los cronistas más destacados e influyentes. En su opinión, Frente Libertario fue probablemente uno de los periódicos del exilio libertario español con mayor difusión en el Interior. Su difusión en el estado español discurrió por dos vías, por correo postal y por transporte clandestino. Y logró mantenerse activa y operativa salvo cuando en contadas ocasiones medidas de seguridad aconsejaban lo contrario. Tales fueron los casos del atentado contra Carrero Blanco o la ejecución de Salvador Puig, que sería el tema central del número de marzo que hoy tratamos y cuya columna editorial transcribimos al final del artículo para una adecuada lectura y comprensión.
Para abordar la figura histórica del joven Salvador Puig, y su trágico final, quizá deberíamos antes, o a la vez, tratar de comprender a la organización de la que formó parte: el MIL (Movimiento Ibérico de Liberación). Según los historiadores Sergi Roses Cordovilla y Miguel Garau Rolandi, caeríamos en un error si utilizáramos el término clásico de «anarquista» para definir el posicionamiento ideológico tanto de Salvador como del MIL. Ambos autores coinciden en ubicar a esta organización en esa órbita de grupos autónomos, situacionistas y prágmaticos que surgen en la década de los sesenta con el claro y justo objetivo de acelerar el derrumbe del régimen franquista, y como grupo esencialmente anticapitalista, colaborar en la realización de la revolución social. La CNT oficial, aunque se solidarizó y se unió, como no podía ser de otra manera, a las protestas que recorrieron el mundo ese año de 1974, ya antes se había desmarcado de este grupo por su postura «antisindical» que los mismos componentes del MIL preconizaban, y seguramente también por el temor o incomprensión de la vieja guardia del anarcosindicalismo a verse superados por nuevas y jóvenes corrientes.
Para crear ese clima revolucionario en la ciudadanía el MIL emprendió dos caminos: el de la palabra y el de la acción. Respecto a la primera, la labor propagandística se basó en la creación de la Biblioteca socialista y Ediciones mayo del 37, y en cuanto al uso de la violencia, los mismos autores antes citados señalan que esta «agitación armada» estaba enfocada en la expropiación a bancos para financiar la propaganda y a la vez ayudar económicamente a sindicatos u otras organizaciones. Nunca atentaron deliberadamente contra persona alguna. Ninguna de estas dos vía de acción tuvieron un largo recorrido, pues el MIL acabó autodisolviéndose en agosto de 1973, un mes antes de que Salvador Puig y otros miembros fueran detenidos.
Fue en ese París contestatario donde se conocieron Jesús Ynfante y Andrés Vázquez de Sola. Al igual que el resto de los  exiliados del tardofranquismo, no tuvieron otra elección que sumarse a la diáspora de sus antecesores para desquitarse de la censura, las persecuciones y la cárcel; para en definitiva, romper con el hartazgo y experimentar la libertad.

Carnet de la Biblioteca Nacional de Francia. Fondo Jesús Ynfante.

No perdió el tiempo Jesús Ynfante, nacido en Ubrique en 1944 y fallecido en Los Barrios (Cádiz) en 2018, en su periplo europeo, pues además de en Francia, también vivió en Inglaterra y Bélgica. A lo largo de esta década  llegó a convertirse en uno de los autores antifranquistas más reconocidos del exilio, especializándose en la crítica y denuncia de las grandes fortunas españolas, el ejército, la monarquía y el Opus Dei. Sobre la influencia y corruptelas de esta secta católica versa la que es probablemente su obra más famosa: La prodigiosa aventura del Opus Dei: génesis y desarrollo de la Santa Mafia, publicada en 1970 por Ruedo Ibérico.
La Casa de la Memoria La Sauceda custodia actualmente su legado, donado por su hermana Pilar Infante. Una donación consistente en un fondo bibliográfico que ronda los 1.400 libros y su archivo personal, aún en proceso de clasificación, del que se nutre este artículo y otros de algunos compañeros, y que no cesa de sorprendernos y enseñarnos. En febrero de 2019 se le brindó un merecido homenaje póstumo. Su espíritu sigue aún muy vivo entre nosotros.

Cartel del homenaje a Jesús Ynfante. Archivo de la Casa de la Memoria.
Jesús Ynfante en Los Barrios. Archivo de la Casa de la Memoria.

Tampoco perdió el tiempo en el exilio francés nuestro amigo el periodista y dibujante Andrés Vázquez de Sola, nacido en San Roque en 1927, al que huyó a pie, desde Madrid, en 1959. Un año después se afilió al PCE. Fueron sin duda años muy duros, durmiendo bajo los puentes del Sena a la espera de conseguir el estatuto de refugiado político; pasando hambre y frío, y soñando, como Pancarta, con pollos, matizaría con sarcasmo en unas declaraciones.
Una vez establecido trabajó en los periódicos Le Monde y L’Humanité, y en la revista satírica Le Canard enchâiné, donde coincidiría con Jesús Ynfante. A su regreso a España en 1985 aún sería ninguneado por la «democracia» por los delitos  de injuria y ofensa, que lamentablemente aún siguen tan en boga hoy día. En 1987 fue procesado por 20 dibujos publicados en la Tribuna de Marbella por satirizar el ingreso de nuestro país en la OTAN.
En 2016 visitó la Casa y donó una serie de libros, láminas, revistas y periódicos. Y en abril de 2017 le tributamos un emotivo y divertido homenaje. Para mayor conocimiento de su vida y obra recomendamos el documental Trazos de una vida, dirigido por Pablo Lara y Manuel Broullón en 2013.

Andrés Vázquez de Sola, en el centro de la imagen. Archivo de la Casa de la Memoria.
Homenaje a Andrés Vázquez de Sola. Archivo de la Casa de la Memoria.

Cerramos el círculo de este fortuito encuentro archivístico ofreciendo un par de documentos que muestran la repercusión que tuvo en Europa el proceso contra los miembros del MIL y la ejecución de Salvador Puig Antich. Un proceso plagado de irregularidades que derivó en la condena a muerte por garrote vil de Salvador, y condenó a 17 años de prisión a José Pons LLobet y a seis a María Angustias Mateos Fernández.
No sería honesto por mi parte no señalar que esta sentencia de pena capital se produjo por la muerte del subinspector Francisco Anguas Barragán en el intento de arresto y posterior huida de Salvador Puig, en la que además de los tres disparos realizados por este, intervino también, al parecer, fuego cruzado de los compañeros del policía nacional. Y sin tratar de justificar cualquier acto de violencia, de la cual no participo, ni juzgar hechos políticos desde el presentismo, creo que es comprensible y necesario posicionarse en contra de la pena de muerte, aún si cabe más moralmente horrible y condenable si proviene de un régimen que estuvo fusilando hasta días antes de la muerte del dictador y convirtió este país en una inmensa cárcel durante cuarenta años.
Así nos contó el semanario anarquista Freedom el proceso y ejecución de Salvador Puig en el nº 10 de 9 de marzo de 1974:

Semanario anarquista Freedom, nº 10, 9 de marzo de 1974. Fondo Jesús Ynfante.
Semanario anarquista Freedom, nº 10, 9 de marzo de 1974. Fondo Jesús Ynfante.

O este panfleto en francés, Verdades sobre el MIL, que como el anterior documento necesitaría de traducción para conocer su contenido exacto. No aparece autoría o pertenencia a alguna organización, ni fecha:

Panfleto sobre el MIL, sin autoría y fecha. Fondo Jesús Ynfante.
EL CRIMEN CONSUMADO

INDIFERENTE ANTE EL CLAMOR POPULAR

EL REPUGNANTE DICTADOR ORDENO LA EJECUCIÓN DE SALVADOR PUIG

El 11 de febrero, más rápidamente de lo que se esperaba, fue convocada la Sala de Justicia del Tribunal Supremo Militar que debía examinar el recurso presentado por los defensores de los jóvenes pertenecientes al ex M.I.L., condenados por el Consejo de Guerra reunido en Barcelona el 8 de enero. Los abogados expusieron las motivaciones técnicas del recurso y especialmente el señor Condomines, defensor de Salvador Puig, hizo constar las repetidas irregularidades del proceso, concluyendo que los cargos retenidos contra su patrocinado correspondían en rigor a «heridas mortales durante una refriega» y no podían ser objeto de un castigo superior a seis meses y un día de cárcel.
Esta Sala, integrada por siete jueces militares, dedicó toda la mañana a la aburrida lectura de un copioso sumario constituído a base de informes policíacos repletos de truculencias, como, por ejemplo, la de mezclar los benedictinos de Montserrat, el P.S.U. y la C.F.D.T. franceses con los jóvenes catalanes practicantes de la expropiación para «implantar el comunismo libertario». Por la tarde, sin gran convicción, hizo su número el fiscal togado, y se cambiaron los papeles con los informes presentados por la defensa, la cual lamentó que sus alegaciones hubieran sido harto resumidas por comparación con la larga letanía del auditor. En fin, el presidente, muy cauto, levantó la vista tomándose unos días de reflexión para formular sus conclusiones.
La comedia concluyó, pues, pretextando obrar con independencia cuando en realidad la Sala seguía simplemente los dictados del del implacable ex fiscal de Málaga, sucesivamente Director General de Seguridad, alcalde de Madrid, y hoy, por la voluntad del Caudillo, jefe del Gobierno, o sea proclamando la confirmación de la monstruosa sentencia decidida en Barcelona. Es posible que alguno de los jueces no participaran de la decisión impuesta, pero el código les obliga a suscribirla (art. 857), concediéndoles el derecho de consignar sus votos -si se atrevieran a hacerlo- en un «libro reservado». Todos los jueces son, pues, solidariamente culpables del crimen.
Cumplida esta formalidad, el plazo de la notificación para proceder a la aplicación de la sentencia capital, quedaba pendiente del «enterado» del Gobierno, cuya comunicación lo mismo podía efectuarse al día siguiente que al cabo de un año. No se ha hecho, sin embargo esperar mucho tiempo: el Consejo de Ministros del viernes 1 de marzo se pronunció por la ejecución de Salvador Puig, y al mismo tiempo, para sacar ventaja de la amalgama ordenó la muerte de un pobre polaco condenado en Tarragona por derecho común.
En el Gobierno, como entre los jueces castrenses, ha podido producirse alguna discrepancia -¡quién sabe!-, pero la solidaridad ministerial hace a todos sus miembros igualmente culpables, es decir, ante el pueblo, asesinos convictos. De no serlo, hubieran debido -para salvarse de la infamia- presentar su dimisión como ha hecho, en otro plano, el escritor C. J. Cela, que, recientemente nombrado presidente del Ateneo de Madrid, significó al instante su renuncia a modo de protesta contra la pena de muerte. Ninguno de los nuevos ministros o figurones de altos cargos -como Ricardo de la Cierva, jerarca de la Cultura Popular, que tantas filigranas aperturistas viene repitiendo- ha sido capaz de dar un paso parecido. No hay problemas de conciencia para quienes sólo piensan en la teta presupuestaria.
Quedaba, después de la decisión del Gobierno, la posibilidad de la clemencia de Franco, lo que como en el caso de los condenados de Burgos, hubiera servido a los corifeos para alabar su «generosidad». ¡Ni por esas!, Franco, lo que hizo, fue extremar sádicamente la angustia del reo y al mismo tiempo la de millones de españoles pendientes de la suerte final de este muchacho. Todo estaba preparado para que la sentencia se cumpliera y sólo unos momentos antes fue anunciada la trágica noticia al infortunado Salvador. Pasó este la noche acompañado del abogado, hombre, por lo visto, de buenos sentimientos y que ha hecho, como los demás letrados que intervinieron en el proceso, esfuerzos inauditos por arrancar la presa al verdugo. Las gestiones sugeridas por ellos o hechas espontáneamente por centenares de personas durante toda la noche y desde todos los lugares para poner a prueba la ponderada «caridad cristiana» del Caudillo, fueron tan inútiles como los paños calientes para el cáncer prostático. Franco, el desalmado mayor que ha conocido España en toda su historia no escuchó ni quiso enterarse -dio órdenes de que no se le molestara durante la noche- de las súplicas que se le elevaban.
A las diez menos veinte del día 2, en un patio de la Modelo de Barcelona, el odioso verdugo ejecutó la orden. Puig Antich, muerto, denuncia no sólo la crueldad vengativa sino también la indecencia de un régimen cuyos epígonos han venido asegurando durante las pasadas semanas cambios profundos que permitirían a todos los españoles participar y disfrutar de los derechos políticos esenciales. Hipócritas de tomo y lomo, marranos, asesinos, esto es lo que por todas partes se le ha llamado -y seguramente ellos mismos habrán oído, en sus propias familias- después del crimen. En cuanto a Franco, todo español bien nacido ha juzgado su miserable decisión con una rotunda exclamación: ¡Maldito felón!

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