Ildefonso Saavedra, padre, Ildefonso Saavedra, hijo, y los primos hermanos Cristián Palas y Salvador Macías son albañiles de Jimena de la Frontera, en la provincia de Cádiz. Todos los días hacen 30 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta para ir o volver a La Sauceda, un paraje montañoso de la provincia de Málaga. Empezaron allí una faena en abril y la están acabando al finalizar mayo. En medio de uno de los bosques de chaparros, quejigos y vegetación de ribera más bonitos del parque natural de Los Alcornocales, los cuatro trabajadores han rehabilitado lo que queda de una ermita construida en 1923. En aquella fecha La Sauceda era una pedanía del municipio malagueño de Cortes de la Frontera y tenía 1.400 habitantes. La espadaña y la fachada de la ermita, salvadas hoy del derrumbe por estos cuatro albañiles, albergó entonces, de 1923 a 1936, la antigua campana del pueblo que desde tiempo inmemorial colgaba de un gran alcornoque y que avisaba al vecindario de las fiestas de guardar, o cuando el cura venía en mulo a dar misa al aire libre. Pero en 1936 la ermita se cerró y nunca más fue utilizada.
El techo se cayó y desapareció, como todas las imágenes, bancos y enseres de su interior. El sol, el viento y el agua erosionan desde entonces, a su antojo, lo que fuera templo cristiano. Los muros laterales y la fachada de la ermita son lo único que queda en pie después de ocho largas décadas de abandono. Las lluvias de enero y febrero de 2021 agravaron su estado ruinoso y estuvieron a punto de dar con la espadaña en el suelo.

Asistentes a la reunión ante la fachada de la ermita de la Sauceda restaurada.
Asistentes a la reunión ante la fachada de la ermita de la Sauceda restaurada.

¿Culpables de esta situación? No, no fueron los rojos ni las hordas marxistas. Los responsables fueron quienes ordenaron y ejecutaron el bombardeo aéreo de La Sauceda, la invasión militar del pueblo, el saqueo y el incendio de todas sus casas y la detención y concentración de todos los supervivientes en un cortijo vecino donde, cada amanecer, eran fusilados cuatro o cinco personas. Fueron responsables los mismos que llamaban cruzada cristiana a las matanzas que estaban cometiendo contra su propio pueblo.
Todo comenzó con las bombas arrojadas por cuatro aviones el 31 de octubre de 1936 y con la siguiente operación militar llevada a cabo por cuatro columnas del ejército sublevado procedentes de cuatro pueblos cercanos. Fue uno de los mayores crímenes del genocidio ejecutado contra la población jornalera y trabajadora de Andalucía. Decenas de personas fueron asesinadas aquel día y muchas más lo serían en los meses siguientes por orden de quienes habían traicionado a la República y a las libertades en este país. La Sauceda dejo de existir, fue borrada del mapa. Su población se diseminó por toda la geografía ibérica y la memoria de lo ocurrido se perdió. Y lo que quedaba de ermita, medio derrumbada y derruida, quedó como testigo mudo de los crímenes sufridos por el pueblo. Todo esto lo explica el historiador Fernando Sígler Silvera en su libro Las fosas comunes del Marrufo. Vida republicana y represión franquista en el valle de La Sauceda que publicará en breve la Diputación de Cádiz.
Quienes en los años ochenta, recién estrenada la democracia en España, iban de excursión a las ruinas del poblado para dormir en tiendas de campaña, o entre los muros de las casas destruidas, ignoraban dónde estaban realmente. “Aquí hubo una matanza muy grande”, decía el excursionista que algo sabía. Poco más les decía a sus acompañantes. ¿Quién la cometió? ¿Cómo? ¿Por qué? Eran preguntas que quedaban sin contestar en las noches alrededor del fuego, bajo las estrellas y entre fresnos, quejigos o alcornoques. Los ciervos que atravesaban como sombras cercanas añadían atractivo a una noche que perpetuaba el misterio del paraje.
Algunos habitantes de Jimena, Ubrique, Alcalá de los Gazules, Algar, San José del Valle, o Cortes de la Frontera sabían las respuestas, pero no las comunicaban fuera de sus familias. Reinaba el silencio. Eran hijas, hijos, nietas o nietos de personas que habían vivido en La Sauceda y que habían sido asesinadas en El Marrufo, vecino cortijo convertido en campo de concentración por orden de quien lo mandaba: el alférez de la Guardia Civil José Robles.
Un grupo de esos familiares se reunió, en 2009, en unas jornadas sobre memoria histórica que organizaron el sindicato CGT, Izquierda Unida y la Casa Verde de Jimena. Comenzó entonces un proceso que en 2011 les permitió hacer prospecciones en un descampado de la finca El Marrufo en busca de los restos de sus antepasados con el apoyo del Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar, historiadores, investigadores y más familiares.
El arqueólogo Jesús Román coordinó un año después las exhumaciones con un grupo de expertos, universitarios y voluntarios. Encontraron los restos de 28 personas y la comparación del ADN con el de quienes buscan a sus antepasados ayudó a identificar a trece. Los restos de todos están en el cementerio rehabilitado de La Sauceda desde 2014. Dos hijos de fusilados, que en su día dieron sus testimonios y colaboraron en la campaña de exhumaciones, han fallecido y hoy reposan junto a sus padres en el pequeño mausoleo construido en el cementerio.
El Foro por la Memoria abrió en 2016 la Casa de la Memoria La Sauceda, en Jimena de la Frontera, por la que han pasado ya miles de personas interesadas en conocer mejor el pasado, o en expresar su solidaridad con quienes trabajan por la verdad, la justicia y la reparación para las víctimas del fascismo. Militantes del foro enseñan la casa y, algunas veces, acompañan al poblado de La Sauceda a los visitantes, que allí imaginan sobre el terreno las terribles experiencias sufridas por sus habitantes durante la guerra.
Andrés Rebolledo, presidente del foro, nieto y sobrino nieto dos veces de fusilados en la guerra y la posguerra, es una de las personas que guían por La Sauceda a los interesados por el lugar y su pasado. Fue Andrés quien, tras los temporales de este invierno, descubrió el estado de ruina que amenazaba a la espadaña de la ermita. Avisó al alcalde de Cortes de la Frontera y le pidió que el ayuntamiento interviniera. La repuesta fue muy positiva y a los pocos días una empresa contratada de urgencia ponía manos a la obra. Los cuatro albañiles han trabajado allí desde abril pasado. Y han devuelto a la fachada y la espadaña de la ermita un aspecto muy parecido al original.
Los dos Ildefonso, padre e hijo, y los primos Cristián y Salvador son de la empresa constructora Anilan. Ellos han reforzado las partes más débiles de la fachada de la ermita. Han usado piedra, ladrillo y un mortero especial, todos, elementos arquitectónicos que son similares a los de la construcción originaria. Han reforzado o repuesto molduras, ladrillos y las columnas del arco central que adornan la espadaña con esos mismos materiales. También han limpiado y reforzado minuciosamente otros dos elementos decorativos de la espadaña: el que indica la fecha de la construcción, 1923, y uno con forma de letra griega lambda. Ladrillos macizos les han servido para reforzar los laterales de la fachada e impedir que el agua vuelva a causar estragos en ella. Pintura orgánica, de colores blanco y ocre, es la que han utilizado para embellecer el frontal de la pequeña iglesia. Es el mismo color que tenía cuando se hizo en 1923.
Hay quien ha criticado esta intervención porque prefiere ver el estado antiguo y deteriorado de la ermita. Andrés Rebolledo lo tiene claro: la obra ha evitado el derrumbe de la espadaña y ha reforzado la protección de este edificio singular. La ermita podrá, a partir de ahora, resistir muchos años más. Y el paso del tiempo, el aire, el viento y los elementos naturales acabarán por darle la pátina romántica que algunos ahora critican que haya desaparecido. Y, sobre todo, será más fácil reconstruir en la imaginación de cada visitante cómo los vecinos la usaron en su época: como ermita, colegio electoral, o lugar de reuniones antes y durante la República, o como sede del comité de defensa de La Sauceda y almacén de distribución de alimentos durante la guerra.

Asistentes a la reunión ante la fachada de la ermita de la Sauceda restaurada.
Asistentes a la reunión ante la fachada de la ermita de la Sauceda restaurada.

Miembros del foro, de la asociación de amigos de la Casa de la Memoria y de la Asociación de Familiares de Represaliados por el Franquismo en La Sauceda y el Marrufo han celebrado la rehabilitación de la ermita con un almuerzo fraternal en el llano que hay junto a ella el sábado 29 de mayo. No hay contradicción entre ser republicano y restaurar un edificio que fue de la Iglesia, dicen algunos de ellos. “Franco fusiló a miles de cristianos, miles de buenas personas que querían el bien para sus semejantes y que por eso defendían a la República”, afirma Andrés del Río, vicepresidente del foro. “Medallitas, vírgenes pequeñitas y cadenitas aparecieron junto a los esqueletos que exhumamos en 2012 en El Marrufo. Las podéis ver en la vitrina de objetos personales que tenemos en exposición en la Casa de la Memoria”, añade Del Río, que concluye: “Quienes tramaron y ordenaron el genocidio del pueblo trabajador decían que eran cristianos, pero es mentira. Eran personas sin moral que, en complicidad con la alta jerarquía de la Iglesia católica, que tampoco era cristiana, cometieron crímenes horribles y ayudaron a Hitler en su locura exterminadora contra la humanidad”.
Juana Barreno Ruiz es una vecina de Jimena de la Frontera que acaba de cumplir 86 años. Ella estaba entre las personas que han celebrado la restauración de la ermita con banderas tricolores. En ella se casaron sus padres y fueron bautizados dos hermanos más. Juana Barreno nació en 1935 y a su padre, Andrés barreno Pérez, y a su tío Antonio los fusilaron un año después en el cortijo del Marrufo. Su madre, Eleuteria Ruiz Carrillo, se quedó viuda y con cuatro hijos. Juana siempre ha tenido a su padre en mente y siempre ha contado orgullosa que su madre no firmó los papeles que los funcionarios del régimen le pusieron por delante para que firmara que su marido había muerto por causa natural y no asesinado. No aceptó el chantaje para recibir una pensión de viuda. “A mi padre me lo mataron, eso es lo único que nos decía mi madre, y eso es lo que hemos dicho siempre nosotros”, explica.
Andrés Rebolledo y Andrés del Río explican que el Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar agradece profundamente al alcalde de Cortes de la Frontera, José Damián García Berbén, y a su ayuntamiento, lo rápido que han puesto solución al problema. José García pidió información de lo que ocurría, visitó el lugar, pidió la colaboración del foro para localizar a una empresa experta en rehabilitación de edificios antiguos, solicitó un presupuesto, lo aceptó y ordenó que comenzaran las obras. Los trabajos ya están acabados. La Sauceda puede celebrar ahora tener a salvo y en un estado reluciente uno de sus elementos más singulares. Rebolledo afirma que “la ermita sigue y seguirá siendo uno de los elementos más singulares de este lugar, símbolo de la resistencia que frente al fascismo hicieron el comité y la población de La Sauceda y hoy es emblema de la asociación de la Casa de la Memoria y de la Asociación de Familiares Represaliados por el Franquismo de La Sauceda y el Marrufo”. Y el alcalde de Cortes de la Frontera medita si reconstruir todo el edificio, devolverle sus techos y transformar su interior en un lugar donde contar a los visitantes de este hermoso paraje la trágica historia de La Sauceda. La memoria de las víctimas le estaría eternamente agradecida.
Texto: Juan Miguel León Moriche
Fotos: Jorge del Águila

Fachada restaurada.
Fachada restaurada.

 

Fachada restaurada vista desde el interior de la ermita derruida.
Fachada restaurada vista desde el interior de la ermita derruida.
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