También los perros participaron en este contrabando de supervivencia con Gibraltar para aligerar las penurias de la vida diaria. Sus dueños les colocaban una mochila en el lomo en la que algunos ejemplares eran capaces de cargar hasta siete kilos de cuarterones de tabaco, sortear la vigilancia de las aduanas y llegar a San Roque, la Estación o a parajes serranos como Montecoche y Cucarrete en el término de Los Barrios.
Previamente eran adiestrados recorriendo atados, y por etapas, el camino inverso hasta el Peñón. A cada cierta distancia los soltaban para comprobar que sabían regresar solos a casa, quedando descartados los que no lo conseguían. Asimismo eran entrenados para temer el color verde de los uniformes de los guardias civiles, pues no fueron pocos los que acabaron muertos bajo sus balas.
Aunque se tratase de una realidad dura, de una actividad a veces violenta y utilitaria, algunos testimonios nos hablan del cariño que se les tenía y del buen trato que se les daba ya que ayudaron a quitar mucha hambre. Perros y perras como el Turco, Careto, Cuqui, Rubia, Fina, Laura, Pistola, Sancho, Sultán y Lucero forman parte sin duda de esta memoria colectiva en muchas ocasiones tan olvidada.

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