Somos, porque ellas fueron

Tres cosas no hay en España:
Café, azúcar y jabón.
El que tenga alguna de ellas
es que las trae del Peñón.

Con esta exposición queremos que participes de una parte de nuestra memoria histórica y democrática no lo suficientemente tratada, divulgada, y por tanto, conocida: la de las mujeres recoveras y matuteras. Queremos que te reencuentres tal vez con un pasado familiar que en el fondo nos atañe a todas y todos, y que descubras, a fin de cuentas, sus historias de vida silenciadas y su lucha por legarnos un mundo más digno y humano.
Más que como un oficio, tenemos que comprender la recova y el matuteo como una forzada manera de ganarse la vida; en la mayoría de las casos, como la única alternativa de sustento. La actividad de las recoveras consistía en la compra de huevos, chacinas, aceite u otros productos del campo, que podían estar sujetos a racionamiento y por tanto considerarse género de estraperlo, para revenderlos o canjearlos en pueblos y ciudades donde escaseasen, y así obtener una mísera ganancia. La de las matuteras aportaba un añadido: esos mismos productos eran vendidos para adquirir otros de contrabando, que no habían cotizado la fiscalidad en la frontera. Esa frontera no era otra que la de Gibraltar con La Línea.
En la posguerra, ambos términos se usaron para designar ese comercio «ilícito» con Gibraltar, aunque el de recovera pasaba por ser una denominación digamos que más amable. Las llamaran de una forma u otra, pues en realidad el calificativo variaba según fuera la localidad de origen, la mayoría de estas mujeres partían de una misma situación, la de ser mujeres viudas o separadas. Sus maridos habían muerto en la guerra o habían sido asesinados durante la represión franquista. O se encontraban en prisión, en campos de trabajo, en el exilio, o eran enfermos crónicos. Contra la moral imperante, desempeñaron el papel, reservado a los hombres, de productoras y abastecedoras de sus familias.
Procedentes de lugares apartados como Ronda, Marbella, Estepona, el entorno de la Bahía de Cádiz; o más cercanos como Casares y Manilva, pero principalmente de la comarca del Campo de Gibraltar, acudían cientos de mujeres a La Línea y al Peñón. La distancia, lógicamente, imponía los medios de transporte, siendo el tren y los autobuses los más utilizados. Y por supuesto a pie, duras y largas jornadas de ida y vuelta, siempre con el temor a ser descubiertas por la Guardia Civil, perder la mercancía y ser sancionadas o sometidas a chantajes y vejaciones.
Estos productos del pequeño contrabando eran sobre todo bienes de primera necesidad: café, azúcar, mantequilla, jabones, etc. Pero también se sacaba tabaco de picadura, o «exquisiteces» como la sacarina, lápices de labios, medias de cristal, pan inglés, penicilina; en suma, cualquier género ausente en la España del hambre y la carestía. Vestían ropas oscuras y holgadas, con numerosos bolsillos cosidos al forro de la falda o al delantal, ya que el vehículo para transportar el género no era otro que sus propios cuerpos, y a lo sumo, un canasto o espuerta en cada mano.
La labor de estas mujeres fue decayendo gradualmente más como consecuencia del contencioso del franquismo con Gibraltar que por una supuesta mejora de las condiciones de vida. En 1954 se redujo la presencia laboral española como forma de bloqueo económico. En 1966 se cerró la aduana de La Línea, quedando solo la de Algeciras. Finalmente, en 1969, se anularon todos los permisos vigentes y se clausuró la frontera, que no se volvería a abrir hasta trece años después.
Caminemos con ellas el camino de la memoria y la reparación para traerlas al presente. Mirémonos en el espejo de ese legado, en esa herencia de valentía, fuerza y orgullo.

Patio de las matuteras y recoveras
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